Por la mañana, antes de la cacería, afilaste todos los cuchillos con el set de piedras de agua. Tu estudio está listo. Preparas el terreno. Doce metros cuadrados de frío acero son tu caballete. Rocías líquido desinfectante con un atomizador, el olor a cloro te pica la nariz. Secas con un trapo. Los gruñidos y forcejeos terminan cuando perforas la nuca con el picahielos. Desconectas las cervicales. Su conciencia se apaga. Te apresuras a asegurar los pies. Jalas la cadena de la polea. Su cuerpo es un péndulo sobre una cubeta plástica.
Refinas la hoja del filetero con la chaira de acero que te dejó tu padre. Deslizas el filo por el cuello. La carótida y yugular bombean tinta a la cubeta. Limpias el filetero con el trapo amarillo en tu mandil plástico. Le das la espalda al lienzo. Dejas los guantes, la cofia y tu mandil doblados en la mesa junto a la puerta. Sales por la parte de atrás. Investigas con la mirada las bahías de descarga estáticas bajo la luna. Sientes el viento helado que silba entre los pasillos del mercado. Frotas tus manos e intentas calentarlas con tu aliento. Escuchas una riña de perros y gatos en el basurero al final de la nave 35-C. Prendes tu cigarro.
Adentro: estéril, sin vida. Te pones de nuevo la indumentaria. Te sientas en tu banquillo de madera. Tomas el cuchillo curvo de la charola metálica. Pasas los dedos con afecto sobre tu obra. Sonríes. La hoja de acero resbala de la nuca, a la base de la columna. Tu memoria muscular guía el proceso. Trazas delicadamente cada extremidad hasta que la piel sale en una pieza.
Un corte fino, profundo separa los músculos del abdomen. Cuando el filo encuentra esternón, cambias al serrucho. Deslizas el tambo plástico debajo del cuerpo. Clavas un gancho de carne en cada costillar y abres la puerta de salida a las entrañas. La sangre salpica tus botas industriales blancas. Lo limpias por dentro, embriagándote con los vestigios de calidez en los órganos. Con ternura remueves la cabeza. Usas el cuchillo con el que mataste a tu madre. Recuestas tu lienzo sobre el helado caballete y comienzas a despostar. Cortas a ras de hueso siguiendo la curva de las costillas. Pasas por la pelvis hasta llegar a la columna. La delgada hoja del cuchillo libera la carne con un rasgueo húmedo. Sigues el contorno de cada articulación con rigurosas incisiones. Las desprendes con un firme tirón. El crujido eleva tu temperatura. Fumas otro cigarro.
Al regresar, remueves manos y pies. Los cortas en trozos pequeños para rostizar más tarde. Deshuesas todo debajo de la rodilla, lo preparas para rebanar. Separas la ingle y glúteo con cortes precisos. Descubres el fémur. Dislocas el hueso haciendo palanca con la mesa. Finalmente, cortas el tendón que lo adhiere a la cadera. El jamón está listo. Un abanico de piezas y partes se extiende sobre tu mesa. Descartas la mayoría de los órganos. Excepto un ojo. Lo guardas en tu frasco especial. Último cigarro. Dejas reposar la carne en el refrigerador. Organizas tu próxima cacería. Cuelgas tus letreros. “Jamón de jabalí”, "Carne fresca de Canguro ", "Filetes de Tigre y León”.
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Horror culinario, jugoso e interesante. No sé si me dio hambre o miedo. 🥩👌🏼
Fascinante y escalofriante.
Volvería a comer aquí 👌